Blanco Loco y el hip hop migrante
La palabra ‘boliviano’ ha mutado en Argentina. Este término sirve ahora a los jóvenes del vecino país para insultarse entre sí. Los aires de xenofobia se hacen presentes también en las paredes de las villas de la capital, a través de grafitis: “A las bolivianas no las queremos ni de putas”.
Juan Carlos Blanco se irrita cada vez que habla sobre estos temas. Sin embargo, este paceño —que lleva 16 de sus 29 años trabajando en talleres textiles de Buenos Aires— ha encontrado en el hip hop el mejor instrumento para desahogar su frustración y para denunciar estos extremos en escenarios argentinos. “Salgo del trabajo todo sudado y cansado/Me voy a tomar una cerveza a las vías/Y los policías discriminando mi color de piel/No tengo documentos, y qué/ Ahora, ¿por eso me vas a golpear?(...)/Es con esto que Argentina ensucias/Azules de mierda, esto es protesta/¿Saben qué?/Estoy en este país como inmigrante/No es un delito es más bien algo frustrante/Estamos aquí para ganarnos un par de pesos/por culpa de políticos ociosos de nuestros países/Ahora estamos pagando las perdices/de otros cabrones que se comen codornices, rima con fiereza en la canción Inmigrantes somos.
Blanco Loco —el nombre artístico de Juan Carlos— ha conformado en Buenos Aires el grupo Frente Inmigrante, que cuenta con MC (vocalistas de música rap) bolivianos y peruanos. A ellos se suman de forma esporádica las voces de expatriados paraguayos y uruguayos. Todos ellos han formado su talento de forma empírica e impulsados por sus deseos de plasmar en la música su realidad como migrantes.
La anterior semana, Blanco Loco llegó al país para entablar un encuentro con hiphoperos alteños. Con ellos intercambió ideas, material y grabó de forma artesanal un tema que será difundido en Argentina.
A sus 14 años, Juan Carlos Blanco ya era un “mañudo” del mundo textil. Junto a un tío suyo, el adolescente trabajaba en la zona Norte de La Paz confeccionando deportivos con la etiqueta: “Hecho en Chile”.
“Con orgullo colocábamos el sello nacional, pero la gente no compraba. Entonces decidimos probar y pusimos en los deportivos que eran hechos en Chile. Increíblemente empezamos a vender e incluso las personas nos pagaban mucho más. En esa época me di cuenta de que los bolivianos no nos valoramos para nada”.
Meses después, Blanco migró a Argentina para trabajar como confeccionista en una empresa de un familiar de su padrastro. “En realidad me llevaron con puro engaños. Me pagaban 100 dólares al mes, una miseria. Y cuando reclamé y dije que me iría, el dueño me golpeó. Terminé con mi maleta y mi ojo morado en las calles de Buenos Aires. Por cuatro días dormí en las plazas hasta que encontré otro taller donde me doblaron el sueldo”, rememora.
Para el 2001 la crisis económica del vecino país llevó a los raperos argentinos a transformar en canto la bronca de las grandes mayorías argentinas. “Así descubrí el hip hop. Y me di cuenta que yo también tenía mucho que expresar sobre la realidad de los inmigrantes. Conocí a algunos raperos bolivianos que ya lo hacían y decidí sumarme a ellos con mi voz”. Blanco lleva nueve años en ese trajín y sin perder su esencia nacional. “Hay hiphoperos potosinos, orureños y paceños que mantenemos nuestro acento boliviano, lo que lamentablemente no pasa con muchos de nuestros compatriotas que a los dos meses ya hablan como gauchos”, se queja.
Una voz crítica
El cantante asegura que esto sucede como una forma de defensa para evitar la discriminación. “Ser un inmigrante de piel morena y no hablar como un argentino son delitos que la sociedad no perdona”.
El cantante asegura que esto sucede como una forma de defensa para evitar la discriminación. “Ser un inmigrante de piel morena y no hablar como un argentino son delitos que la sociedad no perdona”.
Blanco ha alzado su voz, asimismo, contra la inacción de las autoridades bolivianas que se encuentran en ese país. El Consulado, la Embajada/chakatau/se ha perdiu/no se ha sentiu/Vergüenza por el Blanco Loco,/más vergüenza por el Gringo (Gonzales) loco, se escucha en un tema.
Su primer disco, Sin mentiras, salió el 2007 y fue promocionado por las emisoras bolivianas en Buenos Aires. Blanco ha compartido escenario con hiphoperos argentinos como Rimas Casuales. Y a pesar de que su nombre ha comenzado a consolidarse en el gusto de los jóvenes bolivianos que habitan Argentina, Blanco ha decidido terminar su vida inmigrante. “Extraño mucho mi país. Es hora de volver y comenzar de nuevo”, dice el padre de dos hijos, pequeños que ya se encuentran en Beni.
Su prioridad es el de mantener los lazos que le unen al hip hop. Y es por ello que ni bien llegó al país, Blanco comenzó por entablar amistad con los raperos alteños.
El primer encuentro se realizó el martes 18 en la Ceja de El Alto. A la cita asistieron tres raperos quienes compartieron con Blanco sus historias de vida, las que no dejan de tener similitud con la del paceño.
Allí está, por ejemplo, la de Eduardo Queno Apaza. A sus 21 años, el MC Demonio se mantiene gracias a su trabajo como voceador de minibús. Sin embargo, en su adolescencia tuvo que vivir en las arterias de la Ceja. “El frío, eso es lo que uno nunca puede olvidar de las calles de El Alto; el frío de la noche. Hay peligros en la Ceja que la gente ni se imagina”, dice.
Queno es creador del MKZ (Movimiento Kon Zaz), un estilo que emula al swing ácido utilizado por algunos grupos mexicanos, pero con el uso de la jerga tradicional urbana alteña. “Los mexicanos hablan de marihuana y de pandillas, yo me centro en nuestra realidad nacional”, dice e inmediatamente comienza a rimarle al hip hop que, asegura, le salvó la vida. Hago este testamento sellado/ con verso/sentimiento/porque no pasas de moda/ gracias a aquellos que no te quisieron por joda/Te estudiaron y hasta por ti la vida ‘daron’.
Los pies del Niño Problemas acompañan la melodía de su compañero. Se trata de Héctor Calcina Mamani. El joven de 23 años es fundador del grupo Rimadores Locos, dúo que quedó trunco por la migración a Argentina de su compañero de música, el MC Niño Delincuente. La dureza de sus apodos artísticos no es casual. “En el hip hop hay que ganarse el nombre que uno lleva. Nosotros andábamos en pandillas, con drogas y alcohol. Ése es un pasado que siempre nos acompañará”.
Estudiante de Ingeniería de Sistemas, con los años Calcina ha logrado armar un estudio artesanal de grabación. Cuenta, junto a Rimadores Locos, con tres discos y para este año prepara el lanzamiento de su primer producción como solista, Entre el silencio, “se trata de cosas que uno sólo las dice cuando está solo”, adelanta.
De los labios de Gunther Linares Deheza (17), en cambio, salen frases duras, como una especie de inevitable catarsis vocal. Tantas veces la verdad te he mostrado/Mira, salimos de un gueto marginado/No cantamos cosas que no hemos pasado/Mira, algunas veces mi padre me sacó la mierda/se fue con su amante/Mientras mi madre trabajaba/yo y mi hermano en la escuela/y en los negocios sucios/Hemos cañado/hasta la mota hemos probado.
Cuando su voz cesa, no deja de sorprender la diferencia que hay entre sus agresivas palabras y su apacible rostro adolescente. Ruido (su nombre artístico) trabaja en una barraca, “a ese nivel estoy”. Pero su sueño es el de estudiar Lingüística. Mientras ese día llegue, Gunther, junto con su hermano, Marcel, impulsan el proyecto musical Ruido de la Calle que representa el hip hop de Río Seco. “Nos gusta decir las cosas directas y con frialdad, ese nivel somos”, dice.
La cita entre los cuatro raperos termina en una casa de Alto Tejar, con una impresionante imagen de la ciudad de La Paz de fondo y con la promesa de mantener vitales y unidas las rimas de los hiphoperos bolivianos, los de aquí y los que están fuera en busca de un mejor futuro de vida.
Texto y fotos: Javier Badani Ruiz
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